Silvio Rodríguez: Uno no es ni famoso, ni exitoso, ni ningún
oso
X Leandro Estupiñán Zaldívar/ALAI, América Latina en
Movimiento
“¿Tú no eres Juan Triana?”, pregunta Silvio Rodríguez con
unos papeles en las manos cuando tomamos asiento. Su interrogante me deja
pensando, porque Juan Triana es el nombre de quien fuera mi profesor de
Problemas de la Economía Cubana, un eminente y popular economista desde que sus
conferencias dieran la vuelta a Cuba como aquellas carreras de bicicletas,
aunque gracias a la solidaridad de los cubanos que nos hace ir pasando de
memoria flash en memoria flash una información cuando parece relevante.
Me quedo pensando porque las entrevistas son como las
sesiones en el espiritismo. Uno invoca algo, que evidentemente debe ser el lado
más sincero del entrevistado, y según estado anímico y circunstancia así serán
las respuestas.
Lo había esperado con un libro de Ricardo Piglia en las
manos, tumbado en un asiento en el fondo del lobby del hotel Pernik donde se
hospedaba junto a su esposa, la clarinetista y flautista Niurka González.
Silvio Rodríguez viajó hasta el oriente del país para cantar en tres pueblos distantes
de la cabecera provincial, siguiendo así el propósito de ofrecerle su música al
público más desfavorecido, ese que habita zonas marginales, lo cual no implica
solo la conceptualización sociológica del término. En el hotel también
descansan los músicos de Trovarroco, tres excelentes guitarristas villaclareños
que junto al percusionista Oliver Valdés confieren en los últimos tiempos otra
sonoridad a su obra.
Al verlo, me pongo de pie y lo saludo. Responde amable
estirando el brazo y lo primero que se impacta contra mi visión es el famoso
tatuaje de la rosa y la calavera que se hiciera entre el pulgar y el índice de
la mano derecha en los que fueran días trascendentales a bordo del Playa Girón.
El trovador, nacido el 29 de noviembre de 1946, en San Antonio de los Baños,
viste jeans y pulóver azul turquí con bandera cubana sobre el lado izquierdo
del pecho. Suele llevar ese tipo de prenda, quizá para dejar claras muchas
ideas que con solo ver una bandera cubana vienen a la mente. Ando sin
fotógrafo, pues no quiero interrupciones en el diálogo.
Le advierto que carezco de cuestionario. Aborrezco las
entrevistas preconcebidas. Me parecen interrogatorios policiales. Mi estilo es
el de la gente común, prefiero conversar pese a los inconvenientes de la memoria.
-Mejor, asiente él.
También debo ser sincero y le ofrezco otro dato.
-Ni siquiera debía entrevistarlo, le digo algo inquieto,
pues al fin y al cabo es una confesión: De la gente a la cual uno ha admirado
su obra más vale permanecer lejos, pues ocurre un poco como el poema: No debe
volverse a los lugares adonde se ha sido feliz.
Las canciones de Silvio Rodríguez me ha hecho feliz muchas
veces. Estoy habituado a ellas desde la temprana adolescencia, cuando con
entusiasmo empecé a escucharlo a él, y a Pablo Milanés, y me hice seguidor de
la Nueva Trova y por ende de la trova tradicional y de todo cuanto se les
relacionara. Más de un tema suyo me ha propiciado fuerzas para enfrentar un día
problemático, aunque después ciertos comportamientos del hombre me llevaran a
revalorizar al artista.
-Lo que pasa es que siempre hay curiosidad, indica luego de
mi lamento
Lo ha dicho con calma, en ese tono en que le he escuchado
tantas veces, bien al llegar al escenario y luego de ubicarse en la banqueta donde
cantará, bien ante colegas de todas partes que hacen lo mismo que yo intento
ahora: Conocer un poco más su mundo interior, empresa compleja si se tiene en
cuenta que a lo largo de su carrera debe haber escuchado todas las preguntas
posibles, debe haberse encontrado a entrevistadores inimaginables.Coloca sobre
una mesa la pequeña grabadora con micrófono que me quedo mirando.
(Leonardo Estupiñan Zaldivar) LEZ -¿Graba sus
conversaciones?
(Silvio Rodríguez) SR -Las suelo grabar de hace un tiempo
para acá.
LEZ -¿Le han tergiversado muchas veces?
SR -Me gusta tener un registro. A veces me han tergiversado,
bastante. No me parece que vaya a ser el caso. Me ha pasado más bien fuera de
Cuba, en algunos lugares. También aquí me ha pasado. Me ha pasado incluso que
han querido hacer un libro gente que tiene pensado irse del país. Han querido
hacer un libro y me han hecho una cantidad de preguntas, nos hemos visto varias
veces y de pronto han desaparecido y han aparecido en otro lado queriendo
publicar el libro.
LEZ -Es como tener un pasaporte cultural o algo semejante,
corroboro, pensando en ese tipo de personas que gusta abrirse camino
escudándose en la vida de los demás.
SR -Parece, asiente él, y pone atención en mis palabras.
Quizá trate de adivinar qué quiero preguntarle, de qué quiero hablar, para qué
lo he sacado de su refugio.
Prosigue: Son cosas extrañísimas. En fin, esas cosas pasan.
Y por supuesto, sé absolutamente que no es el caso. Pero, en fin. Me gusta
tener un registro, porque también estoy viajando. Estoy en otro lugar y es una
forma de recordar las cosas que me pasaron. A veces olvido. Son muchas cosas
ya, muchos años…
LEZ -Casi setenta, lo pincho.
SR -Casi setenta, repite, y cavila: Bueno, realmente no
llego. Tengo sesenta y siete. En noviembre cumplo sesenta y ocho. Pero mañana,
por ejemplo que es el concierto número cincuenta y ocho de la gira, cumplo
también cuarenta y siete años de vida profesional. Debuté un 13 de junio.
LEZ -¿Fue en la televisión?
SR -En un programa que se llamaba Música y Estrellas, que
dirigía Manolo Riffat.
LEZ -¿Se siente viejo?
SR -Chico, tú sabes que no me siento viejo. En primer lugar,
nunca me han gustado los espejos. Dicen que la muerte presume. Es lo único que
te hace recordar que el tiempo pasa, en realidad.
LEZ - En Nicaro vi, por ejemplo, que había mucho público,
pero solo un grupito cantaba. Ese grupito estaba compuesto por gente adulta
sobre todo. ¿Siente que su público ha envejecido con usted, con la revolución?
¿Siente que ha envejecido todo?
SR -Veo que hay mucha gente vieja. Ahora hay más gente vieja
en mis conciertos. Generalmente…
LEZ -Bueno, es la muestra de que el público ha envejecido.
SR -Sí, pero hay jóvenes también. En mi público inicial
había muchos más jóvenes que viejos. Ahora hay de todas las edades. Están los
jóvenes atraídos por los padres, porque algunos escuchan la trova y escuchan lo
que uno hace, o porque saben de uno, porque uno es más o menos famoso y sale en
la televisión o en la radio, o se habla de uno. Y están los de media edad, que
tuvieron tiempo de participar en esa época en la que uno todavía tenía una
presencia más energética, sobre todo en los medios de aquí de Cuba. Y están la
gente que son más o menos de la edad de uno, y que gustaron o gustan todavía de
lo que uno hace.
LEZ -¿Y por qué una gente “más o menos famosa” decide ir a
los barrios marginales, incluso ubicados en la periferia del país?
SR -Quizá de afuera se ve así, pero realmente uno no es ni
famoso, ni exitoso, ni ningún oso. Uno es sencillamente una persona que desde
que comenzó a trabajar ha tenido un propósito, ha tenido una visión de la
cultura, de la canción; ha tenido una visión, aunque no me gusta usar palabras
muy altisonantes, del compromiso. Pero sí, indudablemente hay compromiso, hay
gustos, afinidades, atracciones, hay simpatías. La ley de la simpatía, las
cosas que se atraen y se juntan van creando un universo, una gravedad. Otra
razón más por la que uno no piensa en los años. En ese sentido uno sigue siendo
el mismo. Sigue pensando de la misma manera, sigue sintiendo los mismos
compromisos, sigue sintiendo que lo que uno hace es parte de la sociedad y de
una manera determinada, que no es la búsqueda de la fama, del dinero, de la
celebridad; es la búsqueda de otras cosas que están en todo el mundo, pero que
están en uno. ¿Y qué es lo que está en todos nosotros? Ni más ni menos que la
sensación de estar vivo, de que te haya tocado una época y un tiempo, y que es
una dádiva, un don, una suerte que tuviste al haber estado vivo y haber pasado
por esta experiencia. Y tratas de aprovecharla lo más intensamente posible,
darle una utilidad pasajera en este mundo de los vivos. No lo digo porque crea
que haya un mundo de los muertos; sino, en este mundo de la conciencia, de la
percepción y de que uno se da cuenta de las cosas y puede actuar. Es así. Me
considero el mismo. Por eso estoy aquí y por eso hago estas cosas. También hay
razones un poco más específicas. Hay tiempos en que te impulsan más a hacer
determinadas cosas que otros. Este momento de cambios de Cuba en que hay muchas
cosas a favor y muchas cosas en contra, y donde gran parte de la población es
probable tenga que pasar por una serie de vicisitudes y trabajos y problemas y
carencias que se suman a muchos trabajos, vicisitudes y carencias que durante
tantos años hemos tenido. Hace años, con otra perspectiva y visión del mundo.
Ahora resulta que con otra.
LEZ - ¿Y eso no ha mellado lo que se llama “futuro” o
“porvenir” o “esperanza del futuro”?
SR -Oye, en todos los países, en todos los tiempos y
circunstancias la gente tiene más o menos los mismos problemas. Está viva y en
una sociedad, quiere progresar, ser mejor, quiere tener más posibilidades de
vida, gozar más plenamente de la existencia y quiere un mejor futuro para sí y
para los suyos. Es normal. Nos pasa a todos, en todas las sociedades que he
conocido, en todas; unas más desarrollas, otras menos; unas gobernadas de una
manera, otras gobernadas de otras.
LEZ -Pero antes, por ejemplo, había una esperanza: Se
llegaría al comunismo.
SR -Antes sí, al comunismo o no se sabía. Cuando uno
cantaba: Te convido a creerme cuando digo futuro realmente uno no pensaba que
este era el futuro. Uno pensaba que el futuro iba a ser otro.
LEZ -Y viendo este futuro, ¿qué piensa?
SR -Viendo este futuro… hay que ir a los barrios, hay que
seguir andando, hay que seguir trabajando.
LEZ -Silvio, pero ir a los barrios no quiere decir estar en
los barrios, ¿usted ha estado? ¿Qué ha aprendido?
SR -He aprendido que la gente está jodida, muy jodida, mucho
más jodida de lo que pensaba. Y bueno, eso es una manera de conectarse con la
realidad de tu país, de seguir constatando las cosas como son. Es verdad, no
vivo en un barrio; es verdad, tengo una vida mucho más cómoda que la inmensa
mayoría de los cubanos. Pero no me viro de espaldas, continúo. No solo aquí en
Cuba. También pudiera continuar en Cuba y no hacer eso. Pero bueno, lo hago
porque me parece que es mi manera de hacer una contribución, de estar
comprometido con mi realidad, con mi gente, con mi pueblo.
LEZ -También lo veo como una cruzada cultural en tiempos en
los que advierto una especie de conspiración contra la cultura por la que pasa
Cuba y el mundo, la gente no lee, escucha una mala música…
SR -Mira, yo fui adolescente y me hice hombre en una época
en que había muchas condiciones para que la cultura germinara. Para empezar, se
hizo una campaña de alfabetización, se fundó una Editora Nacional y empezaron a
proliferar los libros y la literatura universal. Entró el cine de arte como
arte, se le empezó a dar una relevancia a la literatura latinoamericana, hubo
instituciones, organismos, reuniones, concursos, una serie de manifestaciones
sociales y todo apuntaba a un compromiso con la cultura, que es también un
compromiso con la historia, con lo que ha sembrado el hombre, con lo que ha
construido en el mejor sentido. En aquel momento aquí en Cuba había distintos
organismos culturales. A mi modo de ver, a la manera en que yo lo sentía, unos
más culturales que otros. Unos eran más mediáticos, te hacían entrar en la
popularidad y en el gusto más rápidamente. Otros trabajaban más mesuradamente,
más tranquilamente, a más largo plazo. Yo siempre tuve afinidad con esos
organismos culturales que trabajaban a más largo plazo, para los que la cultura
implicaba también estudio, superación y una autosuperación. Me refiero
específicamente a dos organismos, a Casa de las Américas y al ICAIC. Lo que
había fuera de eso eran el ICRT y el Consejo Nacional de Cultura.
LEZ -¿En los tiempos
de Pavón?
SR -Antes de Luis
Pavón, que había Consejo Nacional de Cultura.
LEZ -Claro, desde
1961.
SR -Luis Pavón entró
tarde y estuvo pocos años. Eso fue como un amago de Ministerio de Cultura, que
nunca fue Ministerio de Cultura hasta que después del llamado Quinquenio Gris
pusieron a Hart, y fue Hart el que fundó el Ministerio de Cultura. Esos
organismos que trabajaban más concienzudamente, menos populistamente, creo
fueron los organismos que fundaron cosas que han durado más. Todo lo demás era
más efímero: La fama de una canción que aparece por la radio, un rostro que
aparece y desaparece por la televisión, o que está en los cabaret, en fin…
Siempre tuve la percepción de que era como la lucha de dos maneras de ver la
cultura, de ver el mundo, la realidad y también de ver el futuro. Uno, en
palabras muy rápidas, pudiera caracterizarse como algo más chabacano, el otro
como más estudioso; uno con más prisa, otro con menos prisa. Yo me di cuenta de
que había una especie de guerra, de que todo aquello era una especie de guerra
entre dos concepciones de ver y estar en el mundo. Hoy por hoy parece que lo
que yo consideraba en frente es lo que ha ganado la guerra. Pareciera que gano
la lentejuela, el oropel, la superficialidad, el mal gusto, el populismo. Pero
todavía hay gente que trabaja con otra visión de la cultura, con una visión
parecida a la que tuvimos nosotros. Y creo siempre se ha manifestado, siempre
ha estado y siempre estará. Incluso, si siguen ganando, esta otra visión
estará.
LEZ -¿Aun con todo el
apogeo de la internet y eso? Como decía Phillip Roth, refiriendo el problema
del libro y la lectura: Las pantallas nos han derrotado.
SR -No es solo la
internet; en general, la tecnología, que suele democratizar las cosas. Por
ejemplo, cuando yo tenía 17 años solo los fotógrafos profesionales o personas
con un poder adquisitivo alto podían comprarse una cámara no profesional,
porque además la gente buscaba una cámara no profesional, una camarita Kodak
que tirara y después ibas a la tienda, te revelaban tu rollo y te daban tu
foto. Hoy día casi todo el mundo tiene una cámara, todos hacemos fotos,
cualquiera que esté en un lugar con un dispositivo que recoja la luz hace una
foto, y puede ser de primera página en los más grandes diarios del mundo.En mi
época, cuando yo era adolescente, un joven, era muy difícil tener un
dispositivo para grabar una canción. De hecho cuando me pidieron la primera vez
un trabajo para el ICAIC tuvieron que prestarme una grabadora, porque como yo
en esa época todavía no escribía música, tenía que memorizar las cosas que iba
haciendo y me era muy fácil con una grabadora. Se me ocurría una melodía,
tocaba en la grabadora, después lo reproducía y sabía que eso quedaba ahí. Hoy
día todas las personas, quienes lo necesitan y quienes no lo necesitan, llevan
teléfonos, que lo mismo hacen fotos, que graban, y te comunicas desde cualquier
punto en que estés. O sea, que la tecnología ha democratizado, le ha dado
oportunidad a todo el mundo. También por eso hay tantas manifestaciones
musicales, porque hoy en día realmente para grabar una canción no se requiere
de un estudio. Se ha puesto hasta de moda grabar en los garajes con cualquier
dispositivo. A veces una cosa que queda mal grabada es hasta un detalle
simpático y se transforma en una moda grabar con un teléfono, y de pronto se
convierte en un boom mundial grabar canciones con un teléfono. Creo que no ha
pasado, pero puede pasar. Esa democratización implica una inundación de
expresiones poco acabadas en todos los sentidos. Los escritores, ahora por
internet, hacen sus libros. Cualquiera publica cualquier cosa, en cualquier
sentido. En el siglo XIX para que te publicaran un libro pasabas… en primer
lugar porque imprimir un libro era un costo, un gasto, había una serie de
tamices por lo que pasaba un libro, editores, especialistas, revistas con un
prestigio, no publicaban cualquier cosa. Hoy en día cualquiera escribe un
reportaje de lo que sea, cualquiera publica una foto de lo que sea, cualquiera
escribe una canción de lo que sea.
LEZ -¿Eso no ha llevado
a una abulia, a que todo pierda su valor o que al final gane la frivolidad?
SR -Exactamente. Esa
es una de las cosas que ha introducido la democratización de los avances
tecnológicos en el mundo moderno. Yo lo veo así. Esto hace que proliferen las elites.
¿En qué sentido? Los que son más exigentes, ante esta invasión inmisericorde de
expresiones enloquecidas, los más exquisitos, los que tienen gustos más
refinados, más sofisticados, tienden a aislarse y a crear guetos. Estamos ante
un fenómeno cultural que empieza a manifestarse universalmente y ante el que
nosotros no escapamos, porque ya tenemos encima la tecnología, nos guste o no
nos guste, nos convenga o no nos convenga, nos agrade o no nos grade. Ya todo
el mundo anda con un teléfono, se comunica… hasta los espías. En la década de
los sesenta yo me acuerdo que cuando el G2 agarraba a un espía, lo agarraba con
un aparto sofisticado de mandar señales. Están las películas de la Segunda
Guerra Mundial, los espías andaban con una maletica y unos aparatos de onda
corta para mandar señales en una frecuencia especial, emitían sus informes y
todo eso. Hoy en día nada de eso hace falta. Marcas cero, cero, uno y estás
comunicándote con los Estados Unidos.
LEZ -Y es más difícil
prohibir.
SR -Más difícil no,
es más loco además. Es mucho más difícil. La diversidad ha llegado. La
tecnología ha permitido que esa diversidad, que esa exuberancia de
posibilidades nos arrastre.
LEZ -Cualquiera puede
ver cualquier cosa, y en cualquier lugar. Creo que en Nicaro se encontró con
alguien que escribe a su blog.
SR -Sí, lo que pasa
es que ahí hay una familia que se comunica conmigo. Ellos tienen un trabajo en
el que hay un poquito de internet, y a veces se comunican un poquito y logran
entrar al blog. Pero, en realidad lo que hacen es que algunas personas que
también participan del blog, que son extranjeros, se comunican con ellos, les
pasan los post y los mensajes que hay y las participaciones, y entonces ellos
responden por esa vía.
LEZ - Cuánto trabajo pasamos, ¿no? Y todavía hay una
resistencia a la internet.
SR -Sí… Bueno, en fin… Se plantea que tecnológicamente está
toda esa discusión de famoso cable de Venezuela, toda esa cosa. Es verdad, hay
que crear una infraestructura aquí, que cuesta dinero. Pero los cables
telefónicos están desde hace muchos años echados en Cuba y el sistema
inalámbrico es una cosa que sí, debe costar su dinero, pero cada vez debe
costar menos, cada vez es una cosa más común. Veremos qué hacer cuando Google
ponga en órbita los 180 satélites esos que tiene pensados poner para darle
internet a la parte del mundo que no tiene, cubanos incluidos supongo. Vamos a
ver las nuevas generaciones a quiénes les agradecen el internet. Es uno de los
grandes problemas que tenemos ahora mismo. El joven que no está pensando en
otra cosa que mirar lo que le interesa, en resolver, en conectarse con la
página del reguetonero no sé quién, lo que sea, lo que tenga en mente, y que de
pronto, de un día para otro haga así, pácata, y con su telefonito se conecte
con cualquier lugar del mundo. ¿A quién se lo va a agradecer?: ¿A nosotros?, ¿a
nuestro país?, ¿a su gobierno?, ¿o a Google?
LEZ -Además, ese individuo será como el cuento del hombre
dominado por el pececito al que observa, cada vez es más vulnerable culturalmente.
SR -Sí, sí.
Imagínate. Ese reguero tecnológico indiscriminado es también un reguero de
dominación, de dominación ideológica, de dominación cultural.
LEZ -¿Entonces qué
han ganado aquellas instituciones culturales que iban por la instrucción del
individuo hasta convertirlo en alguien con pensamiento crítico?
SR -Ha ganado eso, ha
ganado la formación de gente que piensa críticamente, y que ha pagado un precio
por pensar críticamente.
LEZ -Y es la minoría.
SR -Sí, es una
minoría, sin lugar a dudas. Y va a seguir siendo una minoría. A mí no me cabe
dudas de eso. Mientras más democrática sea la posibilidad expresiva más valioso
va a ser lo exclusivo.
LEZ -Para esta gira
usted ha hecho un alto en un disco que graba, ¿creo que es un descarte de las
canciones del Descartes o algo así? ¿Se llama Amoríos?
SR -No es un descarte, son canciones que nunca había
grabado.
LEZ -¿Pero, no estuvieron pensadas alguna vez para
Descartes?; por cierto, el disco suyo que más me gusta.
SR -No, no estuvieron pensadas para Descartes. En realidad
Descartes es un disco con canciones que salen de los descartes de otros discos.
LEZ - Claro, pero yo pensé que este eran descartes del
Descartes.
SR -Le iba a poner Sobras, pero me pareció demasiado fuerte.
Estas son canciones que nunca grabé, que nunca toqué. Toqué otras y esas las
dejé. Son canciones de relaciones de pareja, todas.
LEZ -En Descartes hay una frase que me resulta fascinante,
una de Vida y otras cuestiones: “¿Cómo sabrá la cerveza que el sepulturero se
beberá cuando acabe de darme abrigo?” Me gusta mucho. A través de ella intuyo
cierta preocupación por ese asunto de lo que ocurrirá luego, como individuo y
como parte de la sociedad.
SR -A veces uno mira las nubes y añora la vida. A veces uno
mira las nubes y dice: Qué maravilla, nuestros aborígenes levantaron los ojos y
vieron pasar las mismas formas, u otras, pero vieron el mismo paisaje que vemos
nosotros ahora. Y cuando uno no esté habrá quien levante los ojos y lo vea. Eso
es fascinante, ¿no? Se trata de eso, no de otra cosa, dicho a través de la
cerveza que se va a tomar…
LEZ -Pero es excelente. Es una frase que se relaciona mucho
con mi preocupación filosófica.
SR -Sí, es… ¿qué pasará al minuto siguiente a la muerte?
LEZ -También me lo he preguntado: Cómo seguirá la vida sin
uno, si pudiera verla. ¡Tremendo…!, exclamo, y me hubiera volcado a una
reflexión existencialista de no ser porque recuerdo que esta entrevista también
tiene como objetivo ser publicada en el periódico para el cual trabajo y al
cual, más que de filosofía, para mi pesar, le interesan declaraciones directas
sobre la visita. Recapacito y, rompiendo el trance, le hago otro comentario:
Estas presentaciones en Mayarí, Nicaro y Moa tiene que ver mucho con su
relación con Frank Fernández, una amistad muy antigua.
SR -Sí, esto lo planificamos desde hace rato. Hace rato
hablamos de la posibilidad de que yo fuera a Mayarí y el a San Antonio, de
hacer ese intercambio. Somos amigos desde hace muchos años.
LEZ -¿Y qué es la amistad para usted?
SR -La amistad es una cosa imprescindible. No en balde Martí
dijo que era la joya mejor. Hay otras joyas, buenas también. Pero sin dudas la
amistad es lo que uno funda con personas afines. Estábamos hablando ahorita de
las afinidades, de esas leyes gravitacionales que hacen que cosas, que ideas,
que personas giren en torno a cosas comunes, a identidades.
LEZ -Pequeños detalles invisibles.
SR -A veces pequeños, a veces más grandes. Detalles,
detalles de la existencia. Y coincidencias, porque tú sabes que, como dice el
dicho, cada gente es un mundo. Y dentro de ese mundo de tanta gente uno
encuentra aquí, allá, a cuyá esos detallitos que te van uniendo con los demás.
En el caso de Frank, lo conocí cuando él volvía de Rusia, de la Unión
Soviética, con su diploma de oro del Chaikovski. Entonces era la joven promesa,
extraordinario. Estaba muy vinculado al Comité Nacional de la Juventud
Comunista, y yo tenía un amigo allí. Ese amigo nos presentó. Fuimos a su casa y
empezamos a hacer colaboraciones. Era cuando se hacían aquellas galas por el 4
de abril. Él empezó también a trabajar con nosotros, a planificar las galas, a
dirigirlas. Nos pedía canciones. Hicimos canciones para algunas galas. Después
fue productor de mi primer disco.
LEZ -Tienen pensado volver a Holguín, creo, en agosto.
SR -No sé si en agosto. ¿En agosto…? No, jamás en agosto.
Hicimos Mayarí, Nicaro y Moa. Es lo que teníamos planificado. Más adelante nos
pidieron hacer algo aquí también, en Holguín, en la ciudad. Me gustaría en un
barrio de Holguín. Para eso me voy a asesorar bien, porque tendría que ser en
un barrio de los que necesitan más esto que hacemos. Me gustaría en esa ocasión
ir también a Gibara. Fui el otro día y es un lugar fascinante.
LEZ -¿No tiene pensado cantar en teatro, para el otro
público?
SR -El público que va al teatro puede ir al barrio.
LEZ -Claro, pero hay quien necesita espacios más cómodos.
SR -Llevo tres años sin tocar en teatro. Solo en barrios.
LEZ -¿Y se siente cómodo?
SR -Me siento más a gusto.
LEZ -¿Sí?
SR -Me siento más a gusto porque me parece que es un trabajo
más útil, y un reto.
LEZ -Pero, para un hombre tan exigente con el público como
usted…
SR -Es un reto también, porque es un público que a veces no
está acostumbrado al tipo de trabajo que uno hace, a lo mejor están
acostumbrados a escuchar otro tipo de música. Siempre la gente corea algunas
canciones. Incluso jóvenes. Es fantástico. No sé cómo se la saben.
LEZ -Sé de anécdotas, ahora leyendas famosas, en las que usted
enfrenta al público, le pide silencio. Y en un barrio se grita, hay bulla… ¿No
lo sacan de paso?
SR -Eran cosas que ocurrían cuando uno empezaba. Yo nunca me
vi como cantante. Siempre me vi como un compositor que exponía lo que hacía. Y
como no cantaba cosas…o pensaba yo que no cantaba tonterías, a lo mejor también
cantaba tonterías. En definitiva, todos caemos en tonterías de una u otra
forma. A veces, pensando que no somos tontos somos los más tontos del mundo.
Pero, empezaba, y veía con tanto respeto lo que yo hacía, y me parecía que
mucha gente iba realmente a comulgar con la canción de la manera en que yo la
asumía. Y de pronto, que hubiera gente más acostumbrada a la cosa farandulera o
lentejuelezca me molestaba. Y gente que pedían, y que hablaban, pues mandaba a
callar a la gente. En alguna ocasión me levanté y me fui también. Lo hice. En
otros lugares me botaron. Varias veces me botaron de los lugares. Pero fueron
cosas más relacionadas con los inicios.
LEZ -Eso ayudó a tejer una leyenda de un Silvio que no sea
quizá el Silvio real, ¿es muy difícil ser el Silvio verdadero?
SR -Yo nunca he sido una persona agresiva, para nada. Todo
lo contrario. Si me agreden, trato de defenderme; pero no es que sea mi
naturaleza. ¿Sabes qué pasa? Como yo, y no solo yo, sino alguno de nosotros
éramos un poco contraculturales, hacíamos un poco de contracultura,
contracultura convencional, se tejió también alrededor nuestro, por cuestiones
políticas, de defensa de esa cultura entre comillas, una leyenda un poquito, no
voy a decir que negra porque sería demasiado, pero sí gris con pespuntes
negros. Es lo que yo pienso. Hubo un momento incluso en que se decía que la
Nueva Trova se quería adueñar de la cultura, y que quería que todo fuera como
ella. Nada más alejado de la realidad. A nosotros se nos hicieron campañas
dentro de ese mundo lentejuelezco. En el fondo eran campañas políticas porque
eran campañas que miraban el arte como pedestal, no como ara.
LEZ -¿Por eso ustedes alguna que otra vez combatieron ese
arte, aquella otra forma de hacer canción?
SR -Realmente yo no me dediqué a eso. Yo hice una sola
canción que habla de eso.
LEZ -Pero digo, en entrevistas, a través de comentarios
públicos.
SR -Si me das una referencia yo te la respondo, porque ahora
no recuerdo haber combativo nada en ese sentido. Sí creo que hice una canción,
La Masa, que habla de eso, de las distintas maneras de asumir el arte, en mi
caso la canción. Pero no insistí. No fue un cruzado tampoco. Mi cruzada era
hacer canciones buenas, de calidad. Esa ha sido mi única cruzada en la vida,
hacer canciones diferentes, incluso en contrapunto de mis propias canciones,
porque no me gusta que ninguna canción mía se parezca a otra.
LEZ - A propósito, qué le ha parecido la versión que grabó
Shakira de La Masa para el disco de Mercedes Sosa.
SR -Me parece muy bien. Estoy acostumbrado a que Mercedes
cante canciones mías. Cantó muchas. Recuerdo especialmente dos, arregladas por
Charly. Hizo una versión de Unicornio preciosa para un disco. Y la otra era La
Masa, en una versión de Charly García. Los arreglos son así… bueno, ella es un
clásico, pero los arreglos de Charly son fabulosos. No me acuerdo cómo se llama
el disco. Y bueno, esta joven… me parece maravilloso. Me sorprendió, porque
evidentemente no está en esa línea de trabajo.
LEZ -¿Su elección para colaborar con otros artistas de qué
depende? Recuerdo cuando estaba prohibido José Feliciano aquí, y usted fue como
la puerta para que volviera a escucharse en los medios.
SR -Es que aquí, como en todas partes, se tejen leyendas
sobre artistas. Hemos estado muy aislados durante muchos años, y aquellos años
eran de gran aislamiento. No existía internet. No había forma de saber qué era
la verdad detrás de todo eso. También a veces los artistas en determinadas
coyunturas saben qué es lo que se está cocinando, le hacen una pregunta y hacen
una concesión, sueltan una cosita un poquito pesada para contentar el ambiente
que los está entrevistando. Aquí a veces nos tomamos esas cosas demasiado a
pecho. Y son cosas a veces circunstanciales. Son cosas de las que después los
artistas ni se acuerdan. Hay otros que sí, que tienen una postura y una forma
de pensar muy definida y son defensores de una forma.
Silvio se queda pensativo, y me mira como si otra vez
tratara de averiguar qué pienso, y yo a su vez lo miro a él.
SR -Hay una cosa que te quiero decir antes de que te vayas,
dice: Me parece muy importante. Ayer me llamó Gerardo Hernández, ¿sabes quién
es Gerardo?
Lo observo con sospecha, porque quién no conoce en Cuba a
Gerardo Hernández, si en cada esquina hay un afiche donde se puede ver su
rostro junto al de los otros cuatro que han pasado a conocerse como: Los Cinco.
LEZ -Sí, respondo.
SR -Yo nunca había hablado con él. Cuando estuve en Estados Unidos
hace tres o cuatro años tratamos de hablar pero no fue posible. Hablé con otros
dos o tres compañeros suyos, pero con él no pude. Primera vez que hablo con él
y fue una conversación extraordinaria. Y es porque en Mayarí sentí que el
teléfono me sonaba cuando estaba cantando las últimas canciones. Me tapaba el
atril y lo saqué disimuladamente. Vi que habían unas cuantas llamadas. Lo
desconecté porque estaba sonando y tenía miedo de que se metiera por el
micrófono. Cuando terminé volví a fijarme. Era una llamada de los Estados
Unidos porque tenía un uno delante. Y sonó otra vez. Era una emisora de los
Ángeles que hacía un programa especial para Gerardo por el día de su
cumpleaños. Me hicieron una entrevista. Hablé un ratico con la muchacha que me
entrevistó y él oyó la entrevista. Entonces localizó mi teléfono y me llamó,
por supuesto que era para agradecerme. Uno habla con esos hombres que están
pasando tantas vicisitudes, que han sido tan maltratados, y tratados con tanta
injusticia y realmente le dan lecciones a uno de supervivencia, uno se queja…
Yo había llamado a alguien para que me mirara el aire acondicionado, porque no
estaba funcionando bien. Y me dije: Caballero, le ronca. Uno está preocupado
porque no funciona bien el aire acondicionado y este hombre lleva 16 años
presos, tiene dos o tres condenas de por vida y te habla con un optimismo, con
una seguridad, con una firmeza, con una fe tan grande en que se va a hacer
justicia, en que va a estar un día aquí. Realmente es muy conmovedor. Y nos hace
pensar mucho. Me preguntó: ¿Dónde tú estás? Le digo: Estoy en Holguín. Entonces
dice: Coño, Holguín, ¿tú sabes, por cierto, que Holguín es una de las
provincias de Cuba de las que yo recibo más cartas? Digo: ¿De verdad? Dice: Sí,
no te puedo decir ahora que es la que más porque tendría que contarlo, pero te
garantizo que es una de las provincias de Cuba de las que más cartas recibo. Tú
pudieras transmitir de mi parte… Me dijo eso y por eso te lo estoy
trasmitiendo: Tú pudieras transmitir de mi parte mi gratitud al pueblo
holguinero por no olvidarse de nosotros. Así que tienes para mí esa mínima
misión.
LEZ -También una prima mía le escribía a uno. A Antonio,
creo.
SR -Hay mucha gente del pueblo que les escribe. Y de otros
pueblos. Ellos reciben una cantidad de cartas. Yo no sé qué harán con tantas
cartas. Cómo las tendrán metidas. No sé cómo resolverán ellos ese problema.
LEZ -¿Y su relación con el pueblo holguinero cómo ha sido?
SR -Mi relación con el pueblo holguinero ha sido
maravillosa, con el público y con gente que he conocido en la calle.
LEZ -Ya que nos referimos a Amoríos, ¿amores holguineros ha
tenido?
SR -Sí, dice como quien primero lo piensa un poco.
LEZ -¿Hay canciones que tienen que ver con esos amoríos?
SR -Sí, responde en el mismo tono.
LEZ -¿Una mujer con sombrero tiene que ver con esos amoríos?
SR -No, dice rápido, y para salir del tema, pues me interesa
más dejar el misterio que descubrir el nombre de la que debe ser una bella
mujer, le aseguro que estamos como en Escriba y Lea. Silvio sonríe, ríe,
repite: Estamos como en Escriba y Lea. Piensa y murmura varias veces la palabra
“Sí” antes de soltar: Hay un amor holguinero bastante intenso. Puedes
publicarlo además. Le escribí un poema una vez. Es probable que también esté en
alguna canción.
LEZ -¿Entonces Camino a Camagüey pudo haber sido camino a
Holguín?
SR -Sí, dice él: Una vida ya, unos cuantos años. Pasan
muchas cosas en una vida.
Después hablamos un rato sobre pintura, sobre la posibilidad
de que algún día sea nominado al Premio Nacional de Literatura debido a que
galardones semejantes, le digo, recibieron cantautores como Leonard Cohen o Bob
Dylan.
Responde que eso solo sucede en el primer mundo. “En el
tercer mundo no, donde todos tienen que defender sus predios de publicación.
Imagínate, si todo aquí se confunde, además de las pocas publicaciones de
poesías que hay que también los trovadores empecemos a usurparle espacios a los
poetas. Yo prefiero, al menos por ahora, hasta que no haya posibilidades de publicar
más, que sigan los poetas en lo suyo, y los trovadores en lo suyo.”
También hablamos del escritor argentino Ernesto Sábato, a
quien admiro, y con quien Silvio mantuvo una buena amistad de la cual queda al
menos una pista en las palabras de presentación para Descartes, escritas por el
autor de Sobre Héroes y tumbas. “Era un hombre atormentado”, me dice.
LEZ -Creo que todo artista lo es, digo: Usted también debe
tener sus tormentos.
SR -Mis tormentos y mis tormentas, dice: Todos las tenemos.
Al final Silvio me regala un ejemplar del libro Por todo
espacio, por este tiempo. Con Silvio Rodríguez en los barrios de La Habana, de
Mónica Rivero y Alejandro Ramírez. Porque casualmente ando con mi único libro
publicado decido reciprocarle el gesto con el ejemplar. Y para no ser menos, se
lo dedico.
Entonces no sé por qué me sale una dedicatoria torpe,
totalmente intolerable por culpa de una rima que no hubiera escrito ni cuando
empezaba a escuchar sus canciones previo a la adolescencia. Recordando esas palabras
pienso que, al fin, en la conversación no invocamos ni a la economía ni a los
conciertos que hacía por el oriente de Cuba, tan solo convocamos recuerdos de
un entrevistador, recuerdos de los cuales Silvio Rodríguez forma parte y, sin
saberlo, tuvo a bien azuzarlos.
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